Mientras los demás artistas estaban pendientes de la técnica, de la interpretación óptima de cada nota y del desarrollo de la pieza, Reiko Cooper, con la lección artística aprendida, se ocupaba de deleitar al público con su ángel y su carisma. Ella, con pleno conocimiento de causa, sabía cuándo las seis cámaras dispuestas para eternizar el recital la tenían en la mira. El bombillo rojo sobre la lente se encendía, y la diva sabía que el momento de actuar, jugar y coquetear sin diezmar sus calidades profesionales había llegado. el especatdor
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